E-HISTORIA
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Don Pelayo y la batalla de Covadonga

Poco conocemos de Belai al-Rumi, para los musulmanes; Pelagius, para los hispano-visigodos, o Don Pelayo, para nosotros. Un hombre que pocos años después de producirse la invasión musulmana de Hispania, junto a otros 300 partidarios más, tuvo, no sabemos si una batalla o una escaramuza; de consecuencias, entonces inimaginables. El enfrentamiento permitió la creación del más que humilde reino de Asturias.

El primer foco de resistencia cristiano organizado contra la invasión musulmana de Hispania. Una rebelión que significó el inicio de lo que hasta finales del siglo XVIII se denominó como, “Restauración” y que hoy conocemos como “Reconquista”.

Origen de Don Pelayo

La figura de Don Pelayo y la de sus leales se mueve entre la historia y la leyenda, entre la fábula y lo real, y entre los intereses de quienes escribieron de sus hechos, 100 años más tarde de haberse producido estos. Para mostrar quien fue y que hizo Don Pelayo, los historiadores, además de basarse en los descubrimientos arqueológicos y la tradición oral, han tenido que interpretar y cotejar especialmente dos crónicas cristianas y al menos una musulmana.

Las principales fuentes escritas son la Crónica Albeldense, confeccionada en el año 881, y las Crónicas de Alfonso III de Asturias, en sus dos versiones, Rotense y Sebastianense, escritas en torno al año 900. De entre las musulmanas, destaca la “Historia de los reyes de Al-Ándalus”, redactada en la segunda mitad del siglo X por Isa ibn Ahmad al-Razi. De entre todas ellas, gran parte de los investigadores consideran la Crónica Albeldense la más fiable de todas.

Se desconoce, el lugar y la fecha de nacimiento de nuestro protagonista. La tradición, asegura que fue en la localidad cántabra de Cosgaya. Tampoco se sabe su origen. La mayor parte de los estudiosos se decantan por su raíz hispano-visigoda, más, que solo la cántabro-astur. Por lo expresado en la Crónica Sebastianense, se puede sospechar que su padre Favila, era un noble godo y dux asturiensis.

Origen de don Pelayo

Hay quien especula que Don Pelayo, de niño, fue enviado a la corte de Toledo. Ahí, con el tiempo, se convirtió en espatario de Witiza (un alto cargo militar de la corte) y posteriormente, también lo fue de Don Rodrigo. Su padre, por lo expresado en la Crónica Albeldense, falleció violentamente en la localidad gallega de Tuy, y Don Pelayo, fue expulsado de Toledo.  Refugiándose, en la remota provincia de Astura de donde pudiera ser originario; permaneciendo en ella, hasta que llegaron los musulmanes.

Asturias

Astura entonces era una provincia con poca importancia política y económica; en comparación con las ricas, romanizadas y urbanizadas vegas del Ebro o del Guadalquivir. Dividida en dos, por los Picos de Europa, Artúrica Augusta, la hoy Astorga, era la ciudad más importante. Entre las montañas y la costa, solo Gijón se aproximaba a lo que podría entenderse como una ciudad. El resto, eran un conjunto de desperdigadas de aldeas.

Sus habitantes, habían sido los últimos en ser romanizados de toda la Península Ibérica. Con fama de rebeldes, Estrobon decía de ellos, que preferían la muerte a ser esclavizados. Flavio Aurelio los calificó de guerreros especialistas en la guerra de guerrillas y excelentes jinetes. Wamba, en el 680, pudo comprobar la fiereza con la que los cántabro-astures defendían sus tradiciones y autonomía. Tal vez por eso, no pagaron impuestos ni a romanos, ni tampoco a visigodos.

Una leyenda cuenta que Don Pelayo, estando ya en Asturias, decidió viajar a Tierra Santa. A su regreso, se convirtió en el espadario de su pariente Don Rodrigo, como asegura la Crónica Rotense. Es de suponer, aunque no hay escrito que lo asegure, que Don Pelayo participó en la mal llamada Batalla de Guadalete, en que las tropas musulmanas de Táriq ibn Ziyad, derrotaron al Ejército de don Rodrigo, comenzando, la conquista de la Hispania visigoda.

También desconocemos, si participo en las  posteriores batallas de Écija y Emérita Augusta, la hoy Mérida. Es posible, que en esta última si lo hiciera, al estar refugiada en la ciudad, la reina Egilona. Por lo que nos cuentan las crónicas alfonsíes, Pelayo y su hermana, abandonaron Toledo, antes de la llegada de los musulmanes; tal y como hicieron todos los nobles, que no se habían aliado con los omeyas. Unos, partieron hacia la Septimania; otros a Galicia, algunos a los Pirineos y muchos a Asturias, como fue el caso de Pelayo.

Musulmanes en Asturias

En el 714, Uthman ibn Naissa, un bereber que había participado en la Batalla de Guadalete; más conocido como Munuza, fue nombrado por el Califato Omeya, gobernador de Gallaecia; lo que hoy sería: Galicia, Asturias, Cantabria, norte de Portugal y parte de Castilla-León. Aprovechando las calzadas romanas; Munuza, envió a Gijón, una pequeña guarnición, para tomar posesión de las tierras de la transmontana astur.

Al ser, sus efectivos militares, más bien escasos, el gobernador; tal y como era habitual, prefirió pactar con los señores de la zona su sometimiento, a cambio de cargos y prebendas; antes que iniciar una guerra, de incierto resultado. Por lo especificado en la Crónica Albeldense, se deduce que Pelayo, tendría algún cargo de relevancia, muy probablemente, recaudador de impuestos, o similar.

Rebelión de Don Pelayo

¿Qué sucedió, para que Pelayo dejara de ser un aliado de los musulmanes? ¿Y se convirtiera en un rebelde? Nada se tiene por seguro, pues la parquedad de las crónicas y las contradicciones entre ellas; abren una gran variedad posibilidades. Una de ellas, sería que Munuza, se habría enamorado, perdidamente, de Ermesinda o Adosinda, aunque no hay certeza de su nombre; hermana de Pelayo, y de la cual, también era su tutor. 

El gobernador, con el fin de separar a Don Pelayo de su hermana, y así poder él, contraer matrimonio con su amada, decidió enviar al cántabro-astur a Córdoba, la capital de al-Ándalus, encabezando una comitiva con los tributos recaudados en Asturias. De regreso, Don Pelayo se enteró del engaño y montó en cólera, por haberse casado su hermana con un  infiel, y a que su honor, había sido mancillado; al haberse comprometido con un tal, don Alfonso, a entregarle a Ermesinda en matrimonio.

Pelayo, encolerizado, se habría presentado en la boda, con la intención, para algunos lo consiguió, de ajusticiar a Munuza. Pero la guardia personal  del gobernador, lo evitó. No teniendo otra opción, el astur que huir, para salvar su vida. Otra versión, basada en las crónicas árabes, establece que Pelayo, como era habitual en la época, fue enviado a Córdoba, junto con otros hijos de astures notables, como rehén; para ser garantía de una capitulación. Sin embargo, Don Pelayo huyó y logró regresar; refugiándose entre los astures.

Hay más versiones y variantes. Sin embargo, todas coinciden en lo mismo. Pelayo huye y se refugia en los Picos de Europa. Sin embargo, es habitual que los investigadores, cuenten historias mucho menos bonitas, que las que narran los literatos, pero habitualmente son más certeras. Por eso, la gran mayoría de historiadores; sin desterrar por completo lo que dicen las crónicas, apuntan a que la rebeldía de Don Pelayo, se produjo por asuntos más terrenales. 

El Califato Omeya, había sufrido, una serie de derrotas en sus enfrentamientos con el Imperio bizantino y con el Primer Imperio Búlgaro; que habían agotado las arcas califales. Recaudar más, se convirtió en imprescindible. La Crónica mozárabe del 754, dice que los musulmanes duplicaron los impuestos. Fácilmente, los asturianos se revelarán y los omeyas, ejercieran una dura represión contra ellos. Lo que provocaría, que algunos hombres, partieran a refugiarse en las montañas, donde había buenos pastos para el ganado y algunas aldeas. 

No fue de menor importancia, para esta rebelión; el deseo de los omeyas, de repartir tierras astures, entre los soldados musulmanes, que habían participado en la mal batalla de Guadalete.

Batalla de Covadonga

La Crónica Sebastianense, dice que Don Pelayo, un asno salvaje para el cronista musulmán Ahmed Mohamed al-Maqqari, fue elegido caudillo por los godos rebeldes; unos 300, para el historiador argelino. Estos, con mujeres y ganado, se refugiaron en el monte Auseva cercano a Canga de Onís, concretamente en la “Coba dominica”, según la Crónica Rotense, o en la “Coua Sancte Marie”, si tomamos en cuenta la sebastaniense. Allí comenzó, el hostigamiento,  con el apoyo de la población local, al poder Omeya en la Asturias transmontana.

Covadonga

No sabemos si en la primavera del 722 o la del 718; pues los historiadores, no se ponen  de acuerdo, los musulmanes, cansados del acoso de los hombres de Don Pelayo, enviaron un destacamento, al mando del prestigioso general, Alqama, para poner fin a la aventura de los rebeldes. En la comitiva militar, viajaba el obispo Oppas; para unos, hijo del fallecido Witiza y hermano para otros. En todo caso, uno de los líderes de la facción goda, opuesta a don Rodrigo, que apoyó la entrada de los musulmanes en Hispania.

Llegados a este punto, las crónicas de Alfonso III de Asturias se convierten en un relato desmesurado exagerado y algunas veces fantasioso, comenzando por el ejército musulmán que lo cifran en 187.000 hombres armados. La información que manejan los historiadores de la mítica batalla de Covadonga, es escasa y confusa. Lo más probable, es que Don Pelayo y sus hombres, conocedores del terreno, se fueran replegando y acosando al ejército musulmán por los valles. Escarpados de los Picos de Europa, mientras este avanzaba hasta llevarlos a la parte más angosta, de la garganta que cierra el monte Auseva. Allí es donde el ejército sarraceno, no tenía espacio para maniobrar; perdiendo valor, su superioridad numérica y la eficacia organizativa.

Parece descartado por un gran número de historiadores, que la batalla se produjera en la mítica “Cova dominica”, hoy Santa Cueva de Covadonga; pero sí en sus proximidades. Después de un intercambio de flechas Don Pelayo y sus hombres, desde los riscos que bordean el estrecho valle de Cangas; con todo tipo de armas, incluidas piedras, aniquilaron a las tropas de vanguardia ismaelitas. 

En este enfrentamiento, el general Alkama falleció, y Oppas fue hecho prisionero. El resto del ejército sarraceno, comenzó una desordenada retirada, para salvar sus vidas. En una penosa travesía por los Picos de Europa, continuamente acosados por las tropas de Pelayo a orillas del río Deva, en el valle de Liébana, cerca de Cosgaya; un desprendimiento, seguramente provocado por los astures sepultó al resto del ejército musulmán.

En la batalla qué gran parte de la historiografía convirtió en el acontecimiento fundacional del reino de Asturias; el primero de todos los que en  su día formarían España, no se tiene certeza del número total de hombres que participaron. Los hallazgos arqueológicos permiten deducir que las cifras en ambos bandos no serían superiores a 2.000 hombres. El gobernador Munuza que se encontraba en Gijón cuando le llegó la noticia de la derrota sarracena, abandonó la ciudad, con el resto de musulmanes que aún quedaban en la Asturia Transmontana, en dirección a la meseta. 

En algún punto, a fecha de hoy sin concretar, del Camino Real del Puerto de la Mesa; seguramente pereció junto al resto de su ejército, en una emboscada de Pelayo y sus hombres. La ausencia de guarniciones omeyas, permitió a Pelayo ocupar completamente la llamada Asturias nuclear, los territorios central y oriental de la actual Asturias. La noticia de la victoria, hizo que llegaran a Asturias, cristianos de otras zonas; entre ellos, no pocos caballeros godos; que se pusieron al servicio del rey astur, en su corte de Cánicas, la actual, Cangas de Onís. 

La elección de esta pequeña localidad, como capital del endeble y pequeño reino cristiano, en vez de Gigia, la actual Gijón, la ciudad más poblada de la región, fue debido a la protección que ofrecían los Picos de Europa, ante un posible ataque musulmán. Don Pelayo, moriría en el 737 en Cangas de Onís, después de 19 años de reinado, siendo enterrado, junta a su esposa, la reina Gaudiosa, fallecida unos años antes, en la iglesia de Santa Eulalia de Abamia. Alfonso X el Sabio, trasladó los restos de Don Pelayo y su esposa, hasta la Santa Cueva de Covadonga, donde a fecha de hoy, descansan.

El legado

A Don Pelayo, le sucedió su hijo Favila; el cual, pudo reinar solamente dos años, al morir bajo las zarpas del oso al que intentaba cazar. Alfonso, casado con Ermesinda, la hija de Don Pelayo, e hijo de Pedro de Cantabria; uno de los olvidados  de la historia de España; le sucedió en el trono, convirtiéndose en Alfonso I de Asturias. Los descendientes, de aquellos 30 asnos salvajes, supervivientes de la batalla de Covadonga, como calificó tiempo más tarde Ahmed Mohamed al-Maqqari; que poco daño, le podían hacer  al todopoderoso ejército Omeya, con los años, fueron expandiendo su modesto reino. 

Aquella humilde victoria, con el tiempo se fue magnificando, envolviéndola con leyendas, simbolismo, y milagrosos prodigios.  Pero la España que hoy conocemos al igual que nuestra historia, con seguridad no sería la misma, de no haber triunfado, hace más de 1300 años, las huestes de Don Pelayo. Porque como dicen en Asturias, no sin cierto grado de razón: “Esto es España, el resto, es tierra reconquistada”.; y es que, sin aquellos astures, muy probablemente, no estaríamos hablando, para bien o para mal de España; hablaríamos, de otra historia.

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